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¿Sabías que no es lo mismo mezclar colores en la luz que en el pigmento?

Mientras que en los pigmentos la mezcla oscurece porque resta luz (síntesis sustractiva), en la iluminación la suma aclara y nos acerca al blanco (síntesis aditiva). Esta diferencia es clave en una obra.

¿Sabías que no es lo mismo mezclar colores en la luz que en el pigmento?

Cuando escuchamos la palabra “mezclar colores”, lo primero que viene a la mente suele ser la imagen de una paleta con pinceles manchados de óleos, acrílicos o témperas. Sin embargo, lo que ocurre en la pintura —y en general con cualquier pigmento— no es lo mismo que pasa en la iluminación. Comprender esta diferencia no solo es fascinante, sino también fundamental para quienes trabajan en el teatro, el cine y las artes escénicas.

La lógica del pigmento: la síntesis sustractiva

En la pintura, cada color que aplicamos en realidad está absorbiendo parte de la luz que lo ilumina y reflejando el resto. Por eso, cuando mezclamos dos pigmentos, el resultado no es más brillante, sino más oscuro: cada capa de color absorbe más longitudes de onda, y al sumarlas, lo que tenemos es menos luz disponible.

Este fenómeno se conoce como síntesis sustractiva. Los colores primarios en este modelo no son los clásicos rojo, azul y amarillo que aprendimos en la escuela, sino cian, magenta y amarillo (CMY). De su mezcla nacen los demás tonos, y cuando los tres se combinan, la suma se acerca al negro.

Pensemos en la experiencia de un pintor: cada vez que mezcla varios tonos en su paleta, el resultado va tendiendo hacia un color más terroso o apagado. El brillo se pierde, pero se gana en profundidad y matices, algo que en el arte pictórico se aprovecha para generar atmósferas densas y expresivas.

La lógica de la luz: la síntesis aditiva

En la iluminación, en cambio, ocurre lo opuesto. La luz no resta, sino que suma. Cada foco, cada proyector, cada pantalla emite longitudes de onda que, al combinarse, generan mayor luminosidad. Este fenómeno recibe el nombre de síntesis aditiva.

Aquí los colores primarios son otros: rojo, verde y azul (RGB). La mezcla de rojo y verde produce amarillo; la de verde y azul, cian; la de azul y rojo, magenta. Y cuando los tres se combinan en la misma intensidad, el resultado no es la oscuridad, sino el blanco.

Un ejemplo cotidiano es la pantalla de tu celular o tu computadora: millones de pequeños píxeles que mezclan luz roja, verde y azul en diferentes proporciones para formar toda la gama de colores que percibimos.

¿Por qué esta diferencia es tan importante en las artes escénicas?

Porque el color no es un mero adorno, sino una herramienta expresiva poderosa que construye mundos visuales y emocionales.

En teatro y danza, los diseñadores de iluminación utilizan filtros de colores y superponen haces de luz para generar atmósferas. Una escena bañada en azul puede evocar frío, misterio o nostalgia; una luz roja intensa transmite tensión, pasión o peligro; y la combinación de tonos cálidos con ámbar o dorado crea la sensación de intimidad y calidez.

En el cine, la dirección de fotografía trabaja con esta lógica luminosa para definir paletas cromáticas que guían la emoción del espectador. Una película puede sentirse melancólica gracias a predominancias azuladas, o vibrante y vital con luces cálidas y saturadas. La paleta no es casual: está cuidadosamente pensada.

En escenografía y artes visuales, el pigmento sigue siendo el terreno de la materia: la densidad, la oscuridad y las mezclas “terrosas” dan peso, solidez y textura. El espectador percibe esa diferencia: lo material y lo luminoso no hablan el mismo idioma, pero se complementan.

En suma, mientras que la pintura nos invita a trabajar con la profundidad de los colores al restar luz, la iluminación nos abre la puerta a construir emociones al sumarla.

Un puente entre ciencia y arte

Detrás de esta diferencia entre pigmento y luz hay toda una base científica, pero también una dimensión poética. Entender cómo funcionan los colores en cada medio nos ayuda a potenciar su uso creativo.

La ciencia explica el fenómeno: uno resta y oscurece, el otro suma y aclara.
El arte se apropia de esa lógica: los pintores, escenógrafos, iluminadores y cineastas juegan con esas reglas para crear experiencias que nos conmueven, nos guían y nos sumergen en mundos ficticios.

Al fin y al cabo, el color es lenguaje. Y en las artes escénicas, cada decisión cromática —ya sea en la luz o en el pigmento— contribuye a escribir la narrativa que envuelve al público.


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